domingo, 27 de noviembre de 2005

Management en terreno o no se crea gerente, sea ejecutivo de acción


Parábola

El Granjero con la Piedra de la Fortuna en su Bolsillo
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Un granjero, que había perdido mucho dinero después de un año muy malo, recurre nuevamente al banco para solicitar otro préstamo que le permita sostener su granja funcionando durante otro año.

Con renuencia, el banquero otorga un nuevo crédito al granjero, pero le aclara que: —"No podemos permitirnos el lujo de perder el dinero en su granja; o nos demuestra ganancias al finalizar este año, o nosotros ejecutaremos la hipoteca sobre su granja para recobrar nuestro dinero".

Al salir del banco con un nuevo préstamo, el granjero se cruzó con un duende que le pregunta al granjero si necesita ayuda. El granjero le explica que él necesitará "mucha suerte disponible" durante todo el próximo año. Entonces, el duende ofreció venderle una "piedra de la fortuna" que el granjero sólo deberá pagar si la granja ofreciera una ganancia al finalizar el año, luego de devolver el préstamo.

El granjero, comprendió que no tenía nada para perder con esa oferta, así que aceptó las condiciones. Una vez que celebraron el trato con un fuerte apretón de manos, el duende le entregó al granjero la "piedra de la fortuna". Seguidamente le advirtió que la "piedra de la fortuna" sólo sería eficaz si el granjero caminaba todos lo días por todo el terreno de su granja con la piedra en su bolsillo.

Al día siguiente, el granjero caminó todo el perímetro de su finca y notó que diez cabezas de su ganado habían salido del campo a través de un tramo roto del cerco. Procedió inmediatamente a acorralar nuevamente a su ganado y reparó el cerco.

La mañana siguiente, mientras que recorría su finca con la "piedra de la fortuna" en su bolsillo, encontró un agujero de la guarida de un zorro que diezmaba sus polluelos y dispuso estratégicamente algunas trampas. El zorro cayó atrapado esa tarde.

En el tercer día encontró una gran avería en el cobertizo del galpón, lo que exponía a la inclemencia de la intemperie a sus valiosas herramientas.

En el próximo día descubrió y retiró varias piedras que dificultaban el flujo de agua sobre los canales de riego.

Día tras día, el granjero continuó con la rutina de pasear por su propiedad con la "piedra de la fortuna" en su bolsillo tal como le había advertido el duende y, día tras día, fue corrigiendo todo aquello que necesitó ser corregido.

Al final de ese año, el granjero regresó al banco a devolver el préstamo. El banquero, feliz por la prosperidad del granjero y el préstamo recobrado en tiempo y forma, le preguntó al granjero cómo lo había logrado. "Yo no hice nada —respondió el granjero— simplemente, compré una piedra mágica y tuve el mejor año de mi vida".

Al salir del banco, el granjero fue en busca del duende para pagarle la "piedra de la fortuna", más una cantidad de dinero adicional en señal de agradecimiento. Además, el granjero le explicó al duende que llevaría la piedra con él, dentro de su bolsillo, todos los días hasta el final de su vida.

El duende confesó que la piedra no fue el motivo de la "buena suerte" que acompañó al granjero durante ese año. "Simplemente —le dijo al granjero— ocurrió que usted ha estado haciendo las cosas que ha debido hacer desde que tiene una granja: inspeccionar cuidadosamente y regularmente todos sus espacios de trabajo".


Nota de BCHP: Administre en terreno, dando vueltas y preguntando a la gente, sabra lo que pasa, vea lo que hace su gente y se dará cuenta que muchas veces haces cosas de mas y a veces mal.

El explorador del ser


El explorador del ser
El alemán Peter Sloterdijk, uno de los más importantes filósofos europeos de la actualidad, habla en esta nota del lugar del hombre en el mundo y de la crisis que padece hoy Occidente


¿Cómo habitamos el mundo? ¿Cuál es "el lugar del hombre"? En una exploración que conjuga sin cesar el concepto y la anécdota, la observación del mundo y la movilización de la filosofía, el alemán Peter Sloterdijk anticipa una nueva era en que lo liviano se impondrá sobre lo pesado, lo frívolo sobre lo serio, el confort de la protección sobre el principio de realidad. Se trata, asegura, del fin de la necesidad.

A Sloterdijk, un escándalo lo llevó a la fama. En Normas para el parque humano. Una respuesta a la Carta sobre el humanismo de Heidegger (1999), señaló "el fin del humanismo docto" y se preguntó cómo podría evolucionar una humanidad "corregida" por la biotecnología.

La "generación de la memoria", con Jürgen Habermas a la cabeza, se entregó a una confusión (¿interesada?) entre describir y prescribir, observar y aprobar, y lo acusó de jugar con los peores fantasmas del pasado.

No obstante, hoy, Sloterdijk es tenido por una de las mentes más fecundas de la filosofía alemana actual y aun de la europea. La literatura, la filosofía, la arquitectura, el cine, la televisión, las ciencias, en suma, todas las invenciones humanas interesan a este "explorador del ser" que pretende echar los cimientos de un nuevo humanismo. Rector de la Academia de Bellas Artes de Karlsruhe, donde enseña filosofía y estética, Sloterdijk también conduce, una vez al mes, un programa televisivo sobre filosofía. Es además uno de los críticos más mordaces de este fascismo del entretenimiento que ha sustituido el circo romano por el catódico. Y goza ávidamente de los placeres de la vida.

-Espumas, cuya edición francesa salió este año, es el último volumen de su trilogía Esferas. ¿Podría explicar rápidamente el plan de esta trilogía?

-Para comprender mi punto de partida, hay que remitirse a la gran fórmula que utilizó Martin Heidegger para caracterizar la situación ontológica del hombre: el "ser en el mundo". ¿A qué se refiere? Al éxtasis profundo, aquel en que residen todos los secretos de la metafísica. En su famosa conferencia de 1929-1930, Heidegger habla del tedio y, so capa de una breve historia de la naturaleza, hace un análisis apasionante de la diferencia entre las piedras, los animales y los seres humanos. Las piedras son notables porque Heidegger las considera seres privados de apertura [al exterior]. Una piedra jamás tiene vecinos. Puede estar junto a otras piedras, pero el hecho ontológico que llamamos "vecindad" no existe. La piedra carece de aparatos sensoriales: no tiene nervios, ojos, piel, orejas. Tampoco respira. Esta ausencia de vulnerabilidad, de pasaje hacia el otro, encarna, por así decir, el ideal ontológico. Si Dios fuera sustancia, esta sustancia debería parecerse a una roca magnífica, absoluta, inmutable y apática. Pero los animales y, más aún, los seres humanos tienen la desdicha de hallarse inmersos en un medio. Entramos en la realidad del metabolismo, del intercambio, del sufrimiento y de la alegría.

-De hecho, usted sigue luchando con la metafísica.

-Es una batalla, o una segunda batalla, que es preciso librar hoy, como ayer, para recuperar los legados de la metafísica. Durante los siglos XIX y XX, la filosofía fue un esfuerzo por interpretar el testamento de una metafísica difunta. Nos reunimos todos para asistir a la apertura del testamento. Y entre los convocados para interpretarlo, Heidegger fue una de las voces más importantes. Como también Jacques Derrida... Pero Heidegger se detiene demasiado pronto, cuando afirma que el hombre habita en el mundo o en la casa del ser, que es el lenguaje. Yo querría precisar que "ser en el mundo" debería traducirse "ser en las esferas" porque uno nunca está inmediatamente en el todo o, digamos, en un todo acondicionado. El hombre siempre es un arquitecto de interiores; por lo tanto, se construye esferas. Las esferas son realidades trascendentes que dan a la nada, por cuanto es imposible morar directamente en la nada. O bien, para vivir en ella, siempre hace falta una versión esquemática, por así decir, de una casa habitable, aunque sea una caja de cartón desechada por los obreros de una fábrica. No estamos condenados a ser libres; por el contrario, estamos condenados a habitar.

-El modelo de la esfera es la isla. La realidad humana se construye por separación: es lo que usted llama "la isla antropógena".

-Una isla es una isla porque está aislada y la realidad humana es el resultado de una gran operación de aislamiento. El proceso conducente a la realidad humana es la autorreclusión de un grupo humano; ella transforma a los habitantes del grupo del mismo modo que transforma a los monos en hombres. Este proceso comienza con un uso perverso y peculiar de la pata del mono, que se metamorfosea en mano humana: nosotros tocamos de un modo diferente, como lo demuestra Sartre en los maravillosos capítulos de El ser y la nada sobre el gesto de la caricia. La caricia es exactamente el gesto que demuestra que la mano humana se ha vuelto extática. Ya no se contenta con el simple gesto de "asir". Es un toque desenvuelto, interesado, ¡pero libre!. La mano se convierte en una antena del ser.

-Después de la mano, está la oreja...

-Todavía no es el lenguaje, pero nos encerramos dentro de una campana sonora específicamente humana: devenimos miembros de una secta acústica. Vivimos en nuestro ruido y, desde siempre, el ruido común ha sido la realidad constitutiva del grupo humano. Hoy, por primera vez en la historia, los humanos estamos rodeados de aislantes acústicos. En otras palabras, el habitante de cada departamento decide qué oirá o escuchará. Es una de las grandes realidades de nuestra época.

-Salvo los días de los grandes festivales al aire libre, como el Desfile Tecno en Berlín o la Fiesta de la Música en París, en que el habitante ya no puede decidir...

-En ese momento, decide sumergirse en el ruido de un grupo ocasional. Por la mañana, hasta quienes habrán de participar se levantan dentro de un departamento, donde están solos y, al principio, reina el silencio matinal. Y su gesto constitutivo, en su ciclo de vida cotidiana, consiste en elegir una música o una frecuencia de radio que le permita romper el silencio nocturno. Por primera vez, existe una especie de desayuno acústico. Los mediólogos del siglo XX, como Marshall McLuhan y Régis Debray, ya han hecho aportes notables a la comprensión de las dos dimensiones de la realidad insular que hemos mencionado. Otra dimensión de la isla del hombre, poco explorada, es la que he dado en llamar "uterotopos". Debemos comprender que los seres humanos estamos condenados a una práctica metafórica: la necesidad de repetir la situación intrauterina fuera del útero. El hombre siempre depende de un espacio protector para realizar su naturaleza humana; por consiguiente, el medio uterino pasa a ser el símbolo de la actividad mundial. Siempre vivimos en un espacio beneficiado por un exceso de seguridad.

-Pero, entonces, la relación madre-hijo ¿no es un modelo de la civilización, más que su metáfora?

-Y, más que un modelo, es una matriz... En el psicoanálisis, hay una expresión muy útil: la "escena primordial". Es una situación que tiende a repetirse y convertirse en el modelo de todas las situaciones. Pero, a mi entender, su objeto no es la relación triangular con el padre y la situación supuestamente traumática (edípica) de quien presencia la relación íntima de sus padres.

-Para usted, la escena primordial es la competencia por lo que usted llama "el mimo", que es el meollo del proceso de hominización. Un término polisémico, tanto en francés, en alemán y en otros idiomas...

-Paralelamente a su primera acepción, gâterie o Verwöhnung también significan "malacostumbramiento", sobre todo aquel que radica en la voluntad de hacer que la vida nos resulte fácil. Queremos llevar una vida fácil. Tal es el sentido del éxodo antropológico común, que es lo contrario del éxodo judío. Este representa una paradoja porque prefiere la incomodidad a la comodidad.

-¿Entonces la humanidad se define por el hecho de que somos niños mimados o aspiramos a serlo?

-Es absolutamente obvio que el lugar que habitamos debe ser una incubadora que nos estabilice en nuestra inmadurez. La posibilidad de exteriorizar la seguridad produce de inmediato una tendencia al lujo. Y el núcleo del lujo siempre es el infantilismo.

-Esta definición de la humanidad por el "uterotopos" confiere a la mujer un rol muy específico en su desarrollo.

-Absolutamente. El libro básico de todos nuestros conocimientos biológicos debería titularse El origen de la mujer y no El origen del hombre porque la mujer no sólo es un sexo: es una situación. Así pues, ontológicamente, es más rica que el hombre. Sin duda, el varón ha intentado apropiarse de la riqueza femenina. Pero la mujer no se ha apropiado de nada. Ella encarna el ser en tanto situación.

-¿Los senos desempeñan un papel particular? Con todo, el primer mimo es el amamantamiento.

-Por supuesto. Aunque desde que las madres se contaminaron, medio litro de leche biológica es un lujo inaccesible hasta para los multimillonarios.

-Las relaciones afectivas y, luego, sexuales, ¿se ajustan a este modelo del mimo?

-Hasta cierto punto sí, porque el matrimonio es un esfuerzo por crear un espacio cómodo superior al que ofrece el medio ambiente. O bien, se convierte en una simple relación legal. Una de las grandes decepciones del ser humano en la historia de la civilización es la decepción matrimonial. La promesa de mimos recíprocos que, a veces, llamamos felicidad resulta muy difícil de cumplir. Hay que recordarles constantemente sus verdaderos deberes a quienes firmaron ese contrato, o bien, hay que facilitarles el divorcio. Nuestra sociedad ha optado por la segunda posibilidad. Alienta la separación en la medida en que no haya la menor diferencia, en cuanto a felicidad, entre el espacio interior de la pareja y el espacio exterior. Si cada cónyuge no es más feliz con el otro que sin él, suponemos que hay razones suficientes para una separación.

-Si el matrimonio es un compromiso de mimos recíprocos, el día en que usted tenga un hijo ya no mimará a su pareja, sino al niño...

-Es cierto. Los varones son los grandes perdedores en la historia de los mimos y esa es, probablemente, la gran causa de la decepción matrimonial por el lado masculino. Es una de las razones por las que han optado por huir hacia adelante, hacia el heroísmo. Hoy día, como ya no pueden huir hacia las acciones heroicas, la felicidad masculina consiste, más bien, en ser el tercero no excluido de lo que ocurre entre la madre, la esposa, y sus propios hijos.

-Lo que usted ha analizado como la democratización del lujo de dos siglos a esta parte se explica por el hecho de que el "mecenazgo", esa dádiva desinteresada asegurada por la madre, ha sido transferida a otras entidades que cumplen una función "alomaternal".

-Hoy, hasta el último sociólogo y el último psicoanalista admiten que ya no se puede concebir el Estado moderno conforme al modelo patriarcal. Todo el mundo ha comprendido que es preciso refundar la función del Estado dentro de la terminología de una maternización política abarcadora.

-Cuando llegó al poder en Francia, Jacques Chirac definió tres grandes causas nacionales: el cáncer, los accidentes de tránsito y los discapacitados.

-Ese es el Estado terapéutico.

-Esta función maternal no es asumida solamente por el Estado o por las mujeres. El rol del varón en este campo, ¿es una invención tardía?

-El padre siempre ha cumplido una función alomaternal. Pero durante la mayor parte de la evolución humana, dicha función consistió en crear, de ser posible, una envoltura de seguridad suplementaria en torno al espacio madre-hijo.

-Hoy, con eso que llamamos "los nuevos padres", ¿puede decirse que el padre tiende a intervenir en la primera envoltura de seguridad que, antes, era asegurada exclusivamente por la madre?

-Sí. Habría que hablar de una uterización del hombre. Tal vez, eso sería una especie de felicidad...

-En tales condiciones, ¿se puede hablar de un patriarcado en la historia, en el sentido de una dominación masculina?

-Solamente en un sentido legal muy reducido. En el plano psicodinámico, yo vacilaría, porque la mujer ha ejercido su poder en todas las épocas, a través del absolutismo de la relación primaria, el amor concedido o denegado. En este sentido, podemos hablar de un juicio final que no tiene lugar al final, sino al principio, en el momento en que la madre concede o no su amor. Ella ama o no ama.

-A lo largo de la historia, se han sacrificado generaciones enteras privándolas de los mimos. ¿Vivimos hoy en un período específico?

-Después del mimo constitutivo, sin el cual los niños no sobreviven más allá de su infancia, entramos en el reino de la verdad bíblica, es decir, de ese núcleo trágico que el psicoanálisis denominó "el principio de realidad". La aventura del siglo XX es, precisamente, haber puesto fin a ese reinado del principio de realidad, al menos para la mayoría de quienes habitan esta vasta esfera de comodidad, este palacio de cristal que llamamos Occidente. El tema de la reducción de las horas de trabajo, muy europeo, es significativo. El año tiene unas 8600 horas; los franceses trabajan 1500 y los alemanes 1650. Por consiguiente, disponen de una libertad desconocida desde la Edad de Piedra, en el sentido de que su vida no está estructurada por el trabajo. Después de ocho horas de sueño y siete de trabajo, les queda casi la mitad del día. Si tomamos en cuenta los 104 días de fin de semana y 30 de vacaciones, vemos que durante mucho más de la mitad de nuestra existencia ningún patrón puede decirnos qué tenemos que hacer.

-¿Eso significa que prolongamos la infancia y, por ende, que estamos en vías de acabar con el universo bíblico?

-El universo bíblico conoció la adultez en su forma más severa. Fue en la época en que todavía no estábamos condenados a la libertad, sino sometidos a la ley del trabajo o, más bien, del trabajo duro y la lucha a muerte. Ahora, es el consumo a muerte. La crisis que padecemos tiene que ver con el hecho de que no hemos dominado la transición de la seriedad antigua a la frivolidad moderna. Por eso tenemos la impresión de asistir a un embrutecimiento sin precedente. Estamos convencidos de que la humanidad jamás ha sido tan bestial. Es un sentimiento casi omnipresente entre los eruditos y los intelectuales.

-¿Y nos acostumbraremos a eso?

-¡Desde luego! Ese sentimiento indica, simplemente, que el reino de la necesidad ha llegado a su fin. Todos somos huérfanos de la necesidad.

-Nuestro mundo, que todavía conserva un vestigio de adultez, ¿dará lugar a la "isla de los niños"?

-Después de la fiesta del infantilismo desenfrenado, en cierto modo esperamos que regresen los adultos. Pero otro tipo de adultos, instruidos por el elemento de sabiduría que se esconde en el comportamiento de los niños felices y terribles.

Por Elisabeth Lévy
Karlsruhe, 2005


© Le Figaro Magazine y LA NACION

(Trad.: Zoraida J. Valcárcel)


Biografía

Peter Sloterdijk nació en Karlsruhe, Alemania, en 1947. Estudió filosofía, historia y germanística. Actualmente es catedrático de filosofía en la Hochschule für Gestaltung de Karlsruhe.

Obras principales:

. Crítica de la razón cínica (1983)

. El árbol mágico (1985)

. El pensador en escena. Sobre el materialismo de Nietzsche (1986)

. Sobre la mejora de la buena nueva (1988)

. En el mismo barco. Ensayo sobre la hiperpolítica (1993)

. Si Europa despierta (1994)

. Esferas I. Burbujas. Microsferología (1998)

. Esferas II. Globos. Macrosferología (1999)

. Normas para el parque humano (1999)

. El desprecio de las masas (2000)

. El sol y la muerte (con Hans Jürgen Heinrichs, 2001)

. Esferas III. Espumas (2004, aún no traducido al castellano)



Link corto: http://www.lanacion.com.ar/759676

¿Podemos vivir sin correr?


¿Podemos vivir sin correr?
Habitantes de la era de lo fugaz, vivimos esclavizados por la urgencia y la velocidad. Sin embargo, una nueva tendencia asoma en varios lugares: el movimiento Slow

La polenta se cocina en un minuto. En las librerías se nos ofrecen títulos como Kant en 90 minutos, o Hegel en 90 minutos, o Einstein en 90 minutos. Hay créditos instantáneos como el café, o el té con limón. Ya casi nadie espera cartas (esas que, en las buenas épocas del correo, tardaban tres o cuatro días en atravesar el país) y casi todos nos desesperamos cuando la respuesta a nuestro mensaje electrónico no es inmediata. No terminamos de pagar el auto, el televisor o la computadora que habíamos deseado tener cuando lo entregamos en parte de pago y vamos por el próximo modelo, el de última generación. ¿O acaso cuando esté en nuestras manos ya será de penúltima?

Carl Honoré (ver recuadro), periodista canadiense que vive en Londres, publicó recientemente Elogio de la lentitud, un libro que no tardó en dar una triunfante vuelta al mundo para llegar ahora a Buenos Aires. Comienza con esta pregunta: "¿Qué es lo primero que hace usted al levantarse por la mañana? ¿Descorrer las cortinas? ¿Darse vuelta para apretarse contra su pareja o abrazar la almohada? ¿Saltar de la cama y hacer diez flexiones para que circule la sangre? No, lo primero que hace usted, como todo el mundo, es consultar la hora".

¿De qué tiempo disponemos antes de echar a rodar el día? Siempre será poco. Y resultará más escaso aún a lo largo de la jornada. De manera que es necesario ganarlo, ahorrarlo, no perderlo. "El tiempo se ha transformado en la mercancía más valiosa del momento", afirmaba ya en 1989 el famoso encuestador Louis Harris en la revista Time. Así, para el matemático polaco Alfred Korzybski, fundador del Instituto de Semántica General de Chicago, "el Homo sapiens es el único animal tiempodependiente".

La primera consecuencia de esto puede rastrearse al volver al primer párrafo de esta nota (aunque se pueda vivir esa relectura como una "pérdida" de tiempo). De lo que se habla allí es de la supresión de los procesos. La instantaneidad nos promete que no habrá que esperar. La respuesta inmediata nos exime del ejercicio de la paciencia (que para las culturas milenarias es siempre una virtud, estrechamente ligada a la sabiduría). Cuando saltamos ansiosamente hacia el artefacto de última generación, terminamos por no conocer cuál es la vida útil del que desechamos.

La fuga hacia adelante

Una curiosa característica de la sociedad contemporánea es que la mayoría de los bienes (muebles o inmuebles) pueden ser útiles mucho más tiempo que aquel durante el cual los usamos. No los cambiamos ni nos desprendemos de ellos porque dejaron de prestarnos servicio, sino simplemente porque no tenemos tiempo para experimentar el ciclo completo de su utilidad. Estamos en fuga constante hacia lo próximo, sin tiempo para las experiencias. Somos habitantes de la era de la fugacidad.

Fugaz, dice el diccionario, es lo que dura poco, lo que huye y desaparece con velocidad. El tiempo es una abstracción que, desde eras ancestrales, los humanos hemos pretendido organizar y domesticar a través de relojes y calendarios (ver recuadro). Paradójicamente, esas convenciones se nos han vuelto en contra. Los relojes y los calendarios nos recuerdan que todo tiene un final y, para huir de éste, apresuramos los procesos hasta eliminarlos. El economista Jeremy Rifkin, una autoridad en el estudio del impacto de las tendencias económicas y tecnológicas en la sociedad, reflexiona así en su estudio Las guerras del tiempo: "Es irónico que en una cultura tan comprometida con el ahorro del tiempo, nos sintamos cada vez más privados de eso que valoramos. Se suponía que el mundo moderno, de los transportes eficientes, de la comunicación instantánea y de las tecnologías que significan ahorro de tiempo, nos liberaría de los dictados del reloj y nos daría un ocio creciente. En lugar de ello, el tiempo parece no alcanzar nunca".

¿Cuál es la causa de este fenómeno? Para el filósofo Jacob Needleman, autor del bello libro El tiempo y el alma, "nuestros inventos tecnológicos nos han quitado nuestro tiempo". Se nos ofrecen tantas novedades simultáneamente que terminamos por confundirnos y no saber, en función de nuestro proyecto de vida, qué es lo que de verdad nos importa. "La vida contemporánea nos arrastra hacia adelante", advierte Needleman, y nos impide volver a nosotros mismos, a nuestras verdades, a experimentar nuestros ritmos, nuestro yo.

El historiador del arte Richard Appignanesi, del King’s College de Londres (autor de Posmodernismo para principiantes), describe esta era de la fugacidad como "un presente de aceleración a alta velocidad sin final previsible". Y la relaciona con el zapping. Cuando corremos detrás de lo nuevo sólo porque es nuevo (y no porque es necesario), cuando no acompañamos los procesos (del cocinar, del estudiar, del vincularse, de la creación, de la producción), acabamos por crear, como si nuestra existencia fuera una pantalla de televisión y estuviéramos ante ella con un control remoto, "nuestro propio collage televisivo de la vida". De acuerdo con Appignanesi, el zapping es un proceso en el cual hay "una aparente abundancia de opciones para satisfacer las preferencias individuales que acaba con todo el mundo eligiendo nada: todo consiste en el zapping mismo".

De allí se desprende un interrogante: la fugacidad, la impaciencia ante los ciclos y los procesos, la precipitación hacia lo próximo antes de culminar lo presente ("no terminaste la primera y ya empezás la segunda", proponía un reciente anuncio de gaseosas), ¿no terminan por ser un fin en sí mismos? Y su resultante, ¿no terminará por ser la sensación de que nada se ha experimentado, nada ha pasado, nada se ha incorporado a nuestro bagaje de vida? Cuando esto se acentúa, sobreviene un fenómeno muy frecuente en el ser humano contemporáneo, del cual ya hablaban al promediar el siglo XX los escritores y filósofos existencialistas (Camus, Sartre, el propio Heidegger): la sensación de vacío, la angustia existencial.

De hecho, uno de los más lúcidos y profundos filósofos y psicoterapeutas del reciente siglo, el austríaco Víctor Frankl, creador de la logoterapia, sostenía que sólo el diez por ciento de las neurosis en nuestros tiempos tiene un origen patógeno y que el 90 por ciento restante deviene de la insatisfacción ante una vida en la que falta la sensación de sentido y trascendencia.

Esta insatisfacción es posible advertirla en varios planos: el modo y tipo de consumo, las formas de trabajar, los estilos de conducir, el respeto por las leyes, e incluso las relaciones amorosas. Cuando se busca la satisfacción en los bienes y éstos no la traen, se acelera la necesidad de consumir más. Queremos tenerlo todo (y si es posible, tenerlo ya), ilusionados con que quizás en ese todo esté la satisfacción. El problema es que quien quiere tenerlo todo jamás tendrá tiempo para lograrlo. Quizá se trate, entonces, de elegir qué se quiere tener.

"Cuando se simplifica la vida y se pone más énfasis en los vínculos y en el cultivo de uno mismo, uno gasta menos horas a la semana trabajando y desplazándose", dice el prestigioso periodista inglés Patrick Rivers, que cuenta su propia experiencia de transformación en Vivir mejor con menos. Si uno está siempre apurado por llegar (aunque no siempre tenga en claro adónde ni para qué), todo lo que esté en el camino (semáforos, otros conductores, peatones) será un obstáculo y se intentará obviarlo como sea. Y si en una relación afectiva con otra persona no sobreviene la "satisfacción inmediata", se cambiará de persona rápidamente.

En los vínculos zapping, el otro no es alguien por descubrir y con quien construir una relación, sino alguien que debe satisfacernos. Es decir, tanto en la calle como en el trabajo aparece el riesgo de que el otro sea un instrumento de satisfacción o alguien a dejar de lado. De este modo aparece también la idea del delivery existencial. Las cosas y las relaciones nos llegarían hechas: no hay tiempo para crearlas, para producirlas y cultivarlas. "Sin embargo –reflexiona Carl Honoré–, lleva el mismo tiempo cocinar una pasta que pedirla por teléfono y esperar al motociclista, con la ventaja de que uno participa del proceso, es artífice, gesta aquello que va a incorporar a sí mismo."

Tiempo de arte

De esto habla el novelista Milan Kundera en su novela La lentitud, uno de cuyos pasajes ofrece esta reflexión: "La velocidad es la forma de éxito que la revolución técnica ha brindado al hombre. Contrariamente al que va en moto, el que corre a pie está siempre presente en su cuerpo, permanentemente obligado a pensar en sus ampollas, en su jadeo; cuando corre siente su peso, su edad, es consciente más que nunca de sí mismo y del tiempo de su vida. Todo cambia cuando el hombre delega la facultad de ser veloz a una máquina: a partir de entonces, su propio cuerpo queda fuera de juego y se entrega a una velocidad que es incorporal, inmaterial, pura velocidad, velocidad en sí misma, velocidad éxtasis".

Los artistas son sensibles antenas que captan y reflejan este fenómeno, son sensibles a él y a sus consecuencias, abren un espacio espiritual y emocional a la reflexión. En la película El empleo del tiempo, el director francés Laurent Cantet ofrece una cruda y a la vez compasiva exploración de lo que le ocurre en sus afectos, en su mundo psíquico y en su experiencia vital a un hombre que es arrojado fuera del círculo de la fugacidad y el tiempo programado. El músico uruguayo Jorge Drexler, ganador este año de un Oscar, canta en su tema La edad del cielo: "Calma, todo está en calma/ deja que el beso dure/ deja que el tiempo cure/ deja que el alma/ tenga la misma edad que la edad del cielo". Otro cantante y compositor, el español Ismael Serrano, al reflexionar sobre sus últimas canciones dice que las creó como un modo de ir "contra el olvido y la fugacidad que estos tiempos imponen/ para que nuestras naves no se extravíen". Según Serrano, luchar contra la fugacidad es luchar por la propia identidad.

Bajar un cambio

Aunque precursores, los artistas parecen no estar solos en la advertencia y la propuesta. En los años recientes, sin prisa (lo cual en este caso es definitorio) se ha ido desplegando en el mundo el movimiento Slow (lento) que se propone como una respuesta a la urgencia y la fugacidad de nuestros días y a sus consecuencias en todos los aspectos de la vida y de las relaciones humanas. El movimiento nació en Roma, en 1986, cuando un grupo de cocineros italianos sintió tocado su orgullo por la instalación, frente a la Piazza di Spagna, de un local de comidas rápidas. Lo vivieron como un sacrilegio. Encabezados por Carlo Petrini, impulsaron, empezando por el norte italiano y con eje en la ciudad de Bra, la apertura de locales en los cuales se cultivasen los ingredientes, se preparara la comida y se la ingiriera a un ritmo natural y lógico, disfrutando de ella y del compartirla. Esto va en contra de los 11 minutos promedio en que se resuelve un fast food.

Lo que empezó como Slow food (y ya tiene expresiones en varios puntos de la Argentina) se extendió pronto a otros temas. Surgieron las Slow cities (ciudades lentas), que para merecer esa calificación deben tener menos de 55 mil habitantes, aumentar las zonas peatonales, instalar en las calles bancos para sentarse, quitar los enormes relojes públicos, plantar árboles, construir canteros, acortar los horarios laborales y comerciales, respetar los fines de semana como días no laborables, estipular una velocidad urbana máxima de 20 kilómetros por hora, eliminar los carteles publicitarios y, en fin, otra serie de requisitos que suman en total 55. Desde que se inició, en 1999, con Bra y otras tres poblaciones italianas, el Slow cities ya suma 35 ciudades miembros en Europa y empieza a tener pedidos de ingreso desde otros continentes.

A las ciudades se les sumaron colegios (Slow schools), en los que lo que importa es el tiempo que se necesita para aprender un tema consustanciándose con él, y no el apuro para terminar antes de que suene el timbre. En esos colegios no hay timbre. El Martin Luther King, de Berkeley, California, es considerado el más aceitado modelo actual al respecto. Mientras tanto, en Japón han aparecido los Clubes de la Pereza y en Europa se desarrolla, en varios países, la Sociedad por la Ralentización del Tiempo. No faltan asociaciones que propugnan el "sexo lento", propuesta que recoge milenarias enseñanzas del tantrismo oriental, filosofía que incluye una concepción circular del tiempo en lugar de la visión vertical (y de flecha) que predomina en Occidente. El movimiento Slow se ha extendido ya a 104 países y compromete activamente a más de 80 mil personas. Estos, según sus impulsores, son sólo unos pocos emergentes de una inquietud y una necesidad que hoy crece entre más y más personas en todo el mundo.

Todos estos fenómenos responden a los conceptos que propone Petrini: "El placer antes que el beneficio, los seres humanos antes que la oficina central, la lentitud antes que la velocidad". El lema esencial dice: "Buscar el tiempo adecuado para cada cosa". Acaso ése sea el mejor antídoto para lo que el médico estadounidense Larry Dossey describió en 1982 como el mal endémico más extendido de esta época: "La enfermedad del tiempo". No se trata, advertía, de hacer y conseguir la mayor cantidad de cosas en el menor plazo, sino de darle a cada una su tiempo. Para eso, claro, es preciso saber qué cosas le dan a nuestra vida un sentido trascendente, una condición de verdad. "Sólo la verdad conquista al tiempo", dice Jacob Needleman. "Y la verdad de cada vida es única". Vale la pena quitar el pie del acelerador para no pasar por arriba de ella sin registrarla.

Por Sergio Sinay­­

El autor es escritor, especialista en vínculos humanos, autor de Elogio de la responsabilidad (Del Nuevo Extremo)

Según pasan las horas

La preocupación por fragmentar y envasar el tiempo no es nueva en la especie humana. Los primeros relojes existentes (de sol) datan de 3500 años atrás, y se utilizaban en Egipto. Dividían el día en doce partes, que eran más cortas en invierno y más largas en verano. Hasta el siglo XIII no se uniformó la duración de las horas y hasta el XV el código no se universalizó. A este tipo de relojes les siguieron el de agua y, con la aparición del vidrio, el de arena. Sólo hacia el siglo XI (en 1086) se pasó del reloj solar al mecánico: en China se creó un dispositivo por el cual el agua movía el mecanismo de un reloj gigante. Del siglo XIV son los primeros relojes de torre, activados por pesas. Con el gran desarrollo de las ciencias (siglo XVII) los relojes se hicieron más pequeños y complejos. El primer reloj automático fue patentado en Suiza, en 1923, por el inglés John Hardwood. Hasta los años 40, los relojes de pulsera no fueron blanco de la moda, cosa que sí ocurrió después de la Segunda Guerra y con la aparición del cuarzo. Hasta los años 70, Suiza producía y vendía casi la mitad de los relojes del mundo. Luego se incorporó Japón y se intensificó la guerra de las colecciones. También las innovaciones: el zafiro, el oro, el acero inoxidable, el platino, los metales oscuros integran la producción y el diseño de un elemento que hoy es parte inseparable de nuestra vida y que nos recuerda su finitud.

Abreviada

"La Biblia en 100 minutos ha sido pensada principalmente para aquellos que, interesados en el cristianismo, no disponen del tiempo necesario para leer la Biblia completa. Como indica el título, su lectura, en este caso, tomará apenas 100 minutos, convirtiendo este libro en ideal como compañero de un viaje en tren o en avión." Así es promocionada una edición reducida del libro sagrado del cristianismo adaptado a los días que corren (sí, que corren en ambos sentidos). Un buen ejemplo de cómo ya no quedan remansos ni para la lectura del texto más leído de todos los tiempos.

Pompa de jabón

Por Héctor M. Guyot

Llegábamos tarde no recuerdo adónde. Recién levantada, mi hija menor se lavaba las manos y yo la apuré. Desde la seriedad de sus cinco años, me miró y advirtió: "Papá, lavarse las manos no es para apurarse; es para lavarse las manos".

Aquel aforismo casi tautológico sonó a revelación. Recordé una reflexión de Gary Snyder: "Hay una dualidad mente-cuerpo si mientras barro el piso pienso en Hegel. Pero si mientras barro el piso pienso en barrer el piso, soy uno", decía el poeta. "Y eso, barrer el piso, se convierte en lo más importante del mundo."

¿Me estaba pidiendo mi hija que no me fugara del presente? El italiano Claudio Magris se ocupó de esta cuestión. Hay quienes tienen la capacidad de habitar el instante, escribió, "sin la maniática angustia de sacrificarlo por algo venidero o supuestamente venidero, destruyendo así la vida en la esperanza de que pase lo más rápidamente posible".

La idea puede complementarse con unas líneas del inglés John Berger: "La felicidad llega cuando somos capaces de entregarnos por completo al momento que vivimos, cuando no hay diferencia entre ser y devenir".

Para eso, para recuperar su propia medida del tiempo, Henry David Thoreau dejó la ciudad de Concord en julio de 1845 y construyó una cabaña en los bosques de Walden. Decidido a vivir "sólo los hechos esenciales de la vida", buscó despojarse: "Tenía tres sillas en mi casa –escribió–. Una para la soledad, dos para la amistad, tres para la sociedad". La de Thoreau quizás haya sido la primera reacción contra la aceleración de la vida que se inicia con la Revolución Industrial y que, en nuestros días, se multiplica a caballo de la revolución digital.

La última reacción de que tenga noticia es la de mi hija: con las manos llenas de jabón, forma un círculo con los dedos pulgar e índice y sopla una pompa perfecta que, ingrávida, se mantiene en el aire toda una eternidad.

Carl Honoré: un hombre lento y feliz

Carl Honoré es periodista, nació en Edimburgo (Escocia) hace 37 años, fue criado en Canadá y vive en Londres. Allí colabora, entre otros medios, con The Economist y The Guardian. Un día se horrorizó al descubrir que compraba para sus hijos versiones abreviadas de los cuentos infantiles para leérselos más rápido, mientras trataba de que se durmieran en un minuto. Se vio como un adicto a la velocidad y al tiempo "productivo". Conoció el movimiento Slow y se sumó a él. Escribió Elogio de la lentitud, libro que ya fue traducido a 25 idiomas, que hizo recapacitar a miles de personas y que vino a presentar en Buenos Aires.

–Dice en su libro que busca una manera de vivir mejor, un camino entre la rapidez y la lentitud. ¿La ha encontrado? ¿Qué costos has pagado por ello?

–Encontré ese camino, aunque no es fácil mantenerse en la huella porque existen muchas presiones hacia la velocidad en nuestra cultura. Pero ahora valoro la lentitud. Hacer menos cosas significa que puedo hacer las cosas que de veras quiero y necesito. Veo mucha menos televisión, no juego al tenis como si fuera una obligación, no acepto cualquier invitación social. Puede parecer un sacrificio, pero no lo es.

–¿Y qué beneficios ha obtenido?

–Me siento más calmo, más feliz. Troto y juego al squash, pero a mi ritmo. Tengo más tiempo para relajarme y estar con mi familia. En el trabajo aprendí a decir que no. Eso significa que me encargan menos cosas, pero se compensa ampliamente gracias a que el resto de mi vida es ahora tan bueno. Me siento conectado con lo que hago, y eso me hace sentir más energético (no estoy cansado todo el tiempo). Estoy viviendo mi vida en lugar de correr a través de ella. Moraleja: menos es más y más lento es mejor.

–¿Ha conocido sociedades en donde se respetan los procesos de las cosas?

–En Italia, por ejemplo, hay un profundo respeto por los tiempos de la comida. Se conectan unos con otros en la mesa. En sociedades indígenas de América latina y Africa he advertido que sus vínculos son sólidos y creo que se debe a que, a lo largo del día, se permiten estar en verdadero contacto unos con otros en diversas situaciones.

–¿A qué velocidad avanza el movimiento Slow?

–Mucho más rápido de lo que jamás hubiera soñado. Estoy asombrado por el interés que despierta mi libro en donde es publicado.



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lunes, 21 de noviembre de 2005

La personalidad afecta a la Memoria


Personalidad afecta la memoria


El síndrome observado por el doctor Berríos también ha sido diagnosticado en Holanda en ejecutivos y estudiantes universitarios.

Ser obsesivo o muy dependiente puede provocar déficits para recordar, que con el tratamiento adecuado son reversibles.

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Durante años, el psiquiatra peruano y profesor de la Universidad de Cambridge, Germán Berríos, venía observando lo mismo: catedráticos de ese plantel inglés que se quejaban amargamente de estar perdiendo la memoria, porque ya no eran capaces de citar a los mil autores que podían nombrar antes.

"Ellos temían estar desarrollando demencia y acudían a nuestra clínica de la memoria a pedir ayuda. Sin embargo, cuando les hacíamos neuroimagen, éstas salían normales, no estaban deprimidos y en los tests salían bien". Por eso decidieron estudiarlos como un grupo separado y después de múltiples investigaciones llegaron a la conclusión de que se trataba de un nuevo trastorno que Berríos y su equipo denominaron "hipocondría de memoria".

Este especialista, que es jefe del servicio de Neuropsiquiatría del Hospital Addenbrooke de la U. de Cambridge, estuvo en Chile participando de la II Jornada de Medicina Psicosomática organizada por la Facultad de Medicina de la U. Católica, donde expuso acerca de los nuevos síndromes que afectan la memoria.

Sin organización

El doctor Berríos comenta que esta "hipocondría mnéstica" aparece en personalidades bien definidas: "Generalmente son hombres, entre 50 y 60 años, muy obsesivos, minuciosos, que desarrollan obsesiones hipocondríacas no de funciones del cuerpo, sino que de la memoria, porque ésta es su principal instrumento de trabajo", precisa.

Así como este psiquiatra observó este síndrome en académicos de Cambridge, en Holanda también lo están reconociendo en ejecutivos e incluso en estudiantes universitarios. "Y las características son las mismas, porque a una persona con personalidad expansiva esto no le pasa, porque no le importa olvidarse de ciertas cosas".

El tratamiento para quienes tienen este problema consiste en psicoterapia, apoyo y una explicación clara de cuál es su problema, y tienden a responder bien al tratamiento.

Otro grupo que también llegaba a la clínica de memoria pensando que estaba perdiendo esta capacidad eran mujeres mayores de 65, que se habían casado dos o tres veces, que acababan de enviudar del último marido y se quejaban de olvidarlo todo. "Eran señoras que primero habían sido muy dependientes del padre y que luego el marido les había organizado la vida, por lo que habían perdido sus pericias cognitivas".

En este caso, comenta el especialista, el problema está en que ellas no logran organizar su memoria, porque no tienen las estructuras sociales que ayudan a hacerlo. "A ellas las invitamos a entrar en grupos de señoras -en Inglaterra hay muchos-, donde les dan clases para que aprendan a organizar sus vidas".

Les proponen el uso de agendas, de cronogramas e incluso de sistemas electrónicos que les avisan de compromisos y citas. "Gradualmente, estas personas que parecía que tenían demencia recobran su capacidad para organizar y se sienten mejor".

fuente del articulo: el mercurio 17 noviembre 2005